Tenemos claro —no han hecho más que repetirlo una y otra vez en radios, periódicos y televisiones— que el mundo al que comenzamos a abrirnos tras el primer periodo de cuarentena será diferente. Esto también afecta a nuestra principal pasión: viajar en tiempos de coronavirus supondrá una experiencia nueva, algo distinta.
Ya hablamos sobre ello en nuestro artículo sobre el turismo después del coronavirus, donde pensamos nuevas fórmulas para entender el viaje y dimos algunos consejos que nosotros mismos hemos seguido y vamos a seguir para no dejar nuestro mayor hobby de lado pese al miedo a la enfermedad.
¿Por qué escribimos ahora este artículo? Porque hace apenas un par de días hemos llegado de nuestra primera escapada tras el confinamiento y hemos sufrido en nuestras propias carnes lo que es viajar en tiempos de coronavirus.
Primera fase: aceptarlo

Hemos hablado mucho durante los días que hemos estado fuera de casa. Ha sido una pequeña escapada a Toledo y Ávila, ciudades que conocemos pero que no habíamos visitado juntos.
Como imaginaréis, lo planteamos como un viaje tranquilo y de desconexión: nada de una agenda llena de actividades. Visitaríamos un par de museos en cada ciudad, un par de restaurantes recomendados y mucho paseo y descanso.
Fue nuestra forma de comenzar a aceptar la nueva situación. Teníamos claro que viajar en tiempos del coronavirus sería distinto, empezando por nosotros mismos.
Las precauciones y el miedo
Una de las cosas negativas que ha traído el confinamiento tan acusado al que nos hemos sometido es que el espacio seguro se ha limitado únicamente a nuestros hogares: si antes pensábamos en la ciudad o incluso en el país en el que vivimos como espacio propio, nosotros hemos experimentado cómo el virus se ha ido apropiando de todos esos lugares para solo dejarnos un lugar completamente tranquilo, nuestra casa.
Es el único espacio en el que controlamos quién y cómo entra, la limpieza, etc. Por eso salir fuera y hospedarnos en hoteles, comer en restaurantes, etc. suponía un primer reto para nosotros.
Obviamente, hemos visto cómo en la mayoría de espacios se cumplían sobradamente los protocolos de desinfección, limpieza y distanciamiento social. Nuestro primer contacto fue con el personal del Parador de Toledo y ver cómo de bien habían asumido todos esos protocolos nos tranquilizó.
Aún así, nosotros siempre llevábamos encima los geles hidroalcohólicos —que utilizamos muy a menudo— y las mascarillas, además de tener un especial cuidado por no tocar puertas o superficies que podían haber tocado otras personas.
Pese a esos primeros miedos y precauciones, lo cierto es que con el paso de los días nos fuimos relajando, y llegamos incluso a pensar que tomar un avión para ir a alguna ciudad europea no sería tan inalcanzable como pensamos en inicio.
Esto nos sacó una sonrisa: por fin pudimos salir de nuestra ciudad, sentarnos a comer con calma en un buen restaurante como El Bohío o tomar unas copas en el Palacio Sofraga, de Ávila, sin pensar siquiera en el virus.
Segunda Fase: la tristeza
Aunque el balance que hacemos del viaje es positivo y esto nos ha animado a preparar algunos planes para el mes de agosto, lo cierto es que sí hubo algo que nos inquietó y, más todavía, nos entristeció.
De las dos ciudades que visitamos —Ávila y Toledo— lo notamos sobre todo en la segunda: una ausencia de turistas casi total entre semana que ha obligado a muchos bares, restaurantes, tiendas e incluso espacios expositivos a echar el cierre.
Nos lo contaba el camarero de uno de los locales de la plaza Zocodover que quedaban abiertos junto al McDonalds: aunque en viernes y sábados aumentaba la afluencia de turistas nacionales, lo cierto es que de lunes a jueves la ciudad era un espacio casi desierto. De hecho, a nosotros nos desanimó tanto que optamos por cancelar algunos de los planes y quedarnos descansando en el parador un par de tardes.
Sin duda, eso será lo peor de viajar en tiempos de coronavirus: ver con dolor cómo esta situación ha afectado a profesionales que han tenido que bajar la persiana.
Gentrificación vs páramo

Es verdad que el debate de la gentrificación siempre ha estado ahí, sobre todo en los últimos tiempos. Ver cómo ciudades como Madrid o Barcelona están totalmente colapsadas por el turismo desde luego que tampoco es plato de buen gusto. Pero lo cierto es que ver esta otra cara de la moneda no es la solución.
Volvemos a sacar algunas reflexiones que queremos compartir con vosotros: el coronavirus y, sobre todo, el tiempo de encierro en nuestras casas y ciudades debe servirnos para apostar por un turismo —y una vida— más sostenible y responsable.
Tenemos que reformular el concepto de viaje, mirar hacia dentro de nuestras fronteras, como hicimos con estos planes de viajes tras el Covid-19, y sobre todo, apostar por el comercio local, los pequeños restaurantes ‘de toda la vida’… en definitiva, invertir el dinero en las personas que se lo curran día a día en ofrecernos las mejores experiencias en los viajes, y no en esos grandes magnates para los que sus trabajadores son solo una cifra.
Sólo así podremos reactivar el planeta y cuidarlo. Sólo así podremos seguir disfrutando del viaje, de esos rincones del mundo que tanto nos apasionan y que se quedan grabados en nuestra retina para siempre.