Amamos comer. Creo que esto es algo muy común en las personas que disfrutan de los viajes. La cultura está muy pegada a los fogones: por eso, cuando vamos a Italia queremos descubrir los mejores locales de pizza napolitana y las distintas pastas de cada región; cuando viajamos a Budapest no dejamos que pase un día sin probar un plato con pato como ingrediente principal o reservamos billetes a Suiza para conocer la cuna del Queso Emmental.
Hemos descubierto que se disfruta tanto comiendo fuera –también en viajes nacionales–, que ya incluso nos permitimos diseñar algunas escapadas que llamamos ‘viajes gastronómicos’.
Solo hay que echar un vistazo al blog para confirmar que muchas de nuestras rutas tienen como destino final un restaurante, una bodega o cualquier otro proyecto gastronómico que nos llama la atención por su singularidad y calidad.
Muchas personas de nuestro entorno –y también algunos lectores– nos preguntan cómo organizamos este tipo de aventuras. ¿Dónde descubrimos los restaurantes? ¿Cómo sabemos qué queremos probar? ¿Cuáles son los destinos pendientes a los que les tenemos más ganas?
Hemos reflexionado un poco sobre esto y creo que hay tres pilares básicos dentro de nuestra forma de crear viajes gastronómicos.
Disfrutar de la comida

Lo primero es lo primero: no todo el mundo disfruta de comer. Para muchos –y esto no tiene por qué estar mal–, la comida es solo un sustento necesario y en los viajes pueden pasar con dos bocatas y un par de visitas a un restaurante de comida rápida.
Por otro lado estamos los que amamos comer y pensamos que conocer una cultura o región pasa por ver cómo tratan los alimentos, cuáles son los platos clásicos y hacia dónde avanza la cocina de vanguardia que se hace allí.
Si este es el caso, entonces sí merece la pena pensar en viajes gastronómicos. Esto no quiere decir que solo se vaya a comer, pero sí que hará que las rutas se configuren en torno a los restaurantes que se quieren probar, las tiendas gourmet a las que hay que entrar, etc.
Informarse con los mejores
Hoy en día es fácil: Instagram está lleno de preceptores que recomiendan restaurantes, rutas, alimento y sabores únicos en cualquier rincón del mundo. También existen podcast y revistas que se centran en este tipo de experiencias.
No se trata de ‘estudiar’ para viajar: el consumo de estos materiales en el día a día te van dando pistas: ese restaurante en la Toscana donde solo entran 6 comensales, la cava que ofrece queso Emmental elaborado a la manera tradicional, la bodega de Oporto donde se pueden celebrar catas… Son ideas que irán llegando conforme se piense en un destino y se mire el presupuesto.
Dejarse sorprender
Muchas de las cosas que probamos no nos gustan, nos decepcionan o no son exactamente lo que esperábamos: esto es normal y hay que tomárselo con deportividad y humor. Si no, puedes sentir que has hecho un viaje para nada.
Ocurre igual en otro tipo de rutas: ¿quién no ha tenido una mala experiencia con las largas colas para entrar a un Museo o ha sentido que un tour contratado no estaba a la altura? ¡Que eso no te amargue el viaje!
Gracias a estos ‘tips’ hemos aprendido a crear rutas gastronómicas verdaderamente interesantes: hemos visitado algunos de los restaurantes más importantes del país y hemos descubierto algunos quesos, vinos y embutidos que incluso hoy pedimos a domicilio para sentirnos, siempre, en ruta.