Marruecos es uno de esos países en los que el viajero está deseando empaparse de su cultura en todos los sentidos. La música envolvente que te llega casi desde cualquier rincón de sus ciudades, los colores vivos que adornan ropas y paredes, el aroma a mil especial que desprenden los puestos de sus mercados y el olor de esa comida exótica y a la vez tan parecida a la nuestra…Y Fez no es una excepción.
Es prácticamente imposible reprimir el impulso de adornar tu ropa con un pañuelo y probar los melosos dulces que venden en cada esquina. Es un país que abre sus puertas y, pese a las diferencias, te hacen sentir que estás en el lugar al que perteneces. Una suerte de magia.
Nosotros somos unos apasionados de los sabores árabes y, en cuanto llegamos a Fez nos pusimos a buscar un sitio para probar su comida (mientras devorábamos una bolsa llena de dulces bañados en miel). El “problema” de ese viaje –que finalmente fue una ventaja- es que fuimos en Ramadán y por ello la mayoría de restaurantes estaban cerrados.
Sabores de Ramadán
Tras un par de días comiendo en los pocos sitios que estaban abiertos llegamos a la conclusión de que eran los restaurantes más turísticos, entendiendo esto en el mal sentido. Es decir, te ofrecían comida de Fez supuestamente típica pero “más fácil” para el paladar europeo, sin apenas especias ni sabores extraños. Pedir un tajine y que sepa a cocido soso desencanta un poco.
La solución nos llegó de mano de Marian, una guía local que nos acompañó a recorrer la Medina de Fez y nos fue haciendo distintas recomendaciones a lo largo del recorrido. De ellas, la más llamativa fue la indicación de ir a cenar a una pequeñísima carnicería en una callejuela cercana a la Puerta Azul. Apenas tenía dos metros de fachada, ocupada por un mostrador con carne de distintos tipos presentada en pinchos. Y allá que fuimos esa noche.
Al llegar y fijarnos con más detalle descubrimos que había una mesa para cuatro personas detrás del mostrador, pero ya estaba ocupada. El tendero nos vio mirar y nos indicó que subiésemos unas minúsculas escaleras. Al subir había otra mesa y nos sentamos. Cuando vinieron a tomarnos la comanda era imposible entendernos, así volví a jugarme la vida en esas escaleras y bajé hasta el mostrador para señalar la comida que queríamos.

Mis acompañantes me preguntaron qué había pedido y les dije que no tenía ni idea de lo que iban a traer. Pensaréis que no es tan difícil señalar dos trozos de carne pero no funcionaba así. De todas formas es cierto que todo resulta bastante sencillo si te dejas llevar: que traigan lo que quieran.
Aparecieron con tres bocadillos rellenos de la carne que había en los pinchos del mostrador. Una carne especiada y picante, hecha al fuego dentro de la misma carnicería. Un pan tostado y crujiente. Bueno, cuando se terminaron los bocadillos –que ya estábamos a reventar- hubo quien se pidió otro. ¡Y las bebidas! Resulta que en la carnicería no tenían y el chico fue a comprarlas al puesto de al lado para traérnoslas. La hospitalidad allí no conoce límites. Todo esto por 3 euros cada uno.
Como en casa en ningún sitio
Y, por poner otro ejemplo de hospitalidad, os contaré la noche que terminamos cenando en casa de Jamal, el guía que nos llevó al desierto. En los largos viajes en coche de ida y vuelta fuimos haciendo amistad y en vez de llevarnos al hotel nos llevó a casa de su madre. Os recordaré de nuevo que estábamos en ramadán, así que la cena era más que copiosa: varios cuencos de harira, unos bocadillos de hígado, tortas de maíz, una especie de empanadas… todo acompañado de té verde con hierbabuena.
En resumen, hay que dejar que Marruecos y la comida de Fez te sorprendan y dejarse llevar. Sus gentes son amables, abiertas y siempre dispuestas a ayudar. Abandona los restaurantes turísticos, merece la pena adentrarse en sus rincones y descubrir sus pequeños secretos.
